La sangre expiatoria de Cristo es mencionado varias veces en las Escrituras. Jesús instruyó a sus discípulos a participar en un servicio especial (la Comunión), y a observar a intervalos a lo largo de los siglos para que a nosotros no se nos olvide la sangre que fue derramada por nosotros en el Calvario.
A lo largo de toda la Biblia hay docenas de referencias del sacrificio y de la sangre. Algunos dicen que la religión cristiana es una religión sangrienta (una religión que encuentra su alegría en el derramamiento de la sangre), pero la Cruz de Cristo y el derramamiento de su sangre son el medio por el cual nosotros, los que eran “a veces de lejos” estamos ahora “hechos cercanos” a Dios. Es la sangre de Cristo que trae una reconciliación entre el pecador y Dios. Este es el corazón del mensaje cristiano. Es el fundamento de nuestra fe cristiana. Si no tenemos claro el concepto de la sangre de Cristo, no podemos estar correctos en ningún otro punto. Nuestro evangelio es un evangelio relacionado con la sangre.
1. La Necesidad de La Expiación de Sangre
Fue nuestro pecado que hizo de la crucifixión de Jesús una necesidad. Pablo dijo (en Romanos 1) que la mente del hombre está lleno de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, envidia, contienda, malignidad, etc. Jesús dijo (en Marcos 7) que de dentro del corazón del hombre, salen los malos pensamientos, la fornicación, la calumnia, el orgullo y la necedad. Cuando se mide por el estándar bíblico del bien y el mal, cada ser humano es hallado falto. Si alguna vez nos vemos a nosotros mismos como Dios nos ve, diremos con Moisés: “Yo soy indigno,” y con Isaías, “¡Ay de mí! que soy muerto.”
Sus pecados pueden no ser exactamente igual que mis pecados porque hay cientos de variedades de pecado, las trampas y el uso de malas palabras y la envidia y el adulterio, pero cualesquiera que sean, le ponen una separación entre nosotros y Dios, y la santidad de Dios exige que el pecado sea castigado. Incluso Juan 3:16 tiene su lado oscuro. No debemos olvidar nunca la palabra “perecer.” Los seres humanos estamos en peligro de perecer. Hay algo terrible de lo que necesitamos ser salvos. Nuestros pecados han puesto una separación entre nosotros y Dios, y por lo tanto la pregunta crucial es: “¿Cómo puede Dios y el hombre reconciliarse de nuevo?”
En la mente de muchos, la salvación es una especie de haz lo mejor que puedas. Ellos lo ven como una pila de buenas obras junto a una pila de malas acciones, y esperan de que cuando la vida haya terminada, las buenas acciones pesen más que las malas. Por lo tanto, la salvación a esas personas es un intercambio religioso barato, en el que por nuestra bondad, le pedimos a Dios olvidar nuestra maldad. Otros son suficientemente necios como para creer que todo lo que uno tiene que hacer para ser reconciliado con Dios es practicar la regla de oro. Ellos dicen que la regla de oro es la única religión que cualquier persona necesita. El problema es que ninguna persona ha mantenido siempre la regla de oro continua y perfectamente, y por lo tanto en lugar de salvarnos, sólo se suma a nuestra condena.
El abismo entre el hombre y Dios es tan ancho y la separación es tan grande que ningún hombre por su propio esfuerzo es capaz de brincar a él. Y así Dios mismo (movido por el amor y la misericordia), actuó en favor del hombre y Él mismo proveyó un medio de expiación. Él envió a su propio Hijo al mundo, Quien fue crucificado a manos de hombres malvados, y cuya sangre fue derramada de la Cruz para que Él justamente podría asegurar una reconciliación entre Dios y el hombre. Usted ve, Jesús es Dios, y cuando Jesús murió, Dios mismo estaba muriendo. Y así Dios mismo pagó la condena que nosotros deberíamos haber pagado. La Biblia habla de la “Iglesia de Dios”, que Él “compró con Su propia sangre” (Hechos 20:28).
Hace años había un líder guerrillero llamado Shamel, que estaba luchando contra los zares en Rusia. Un grupo de hombres y sus familias acamparon juntos en la misma zona. Un día un robo estalló en el campamento y Shamel puso leyes. Dijo que la pena para cualquier ladrón sería 100 azotes con un látigo. No había pasado mucho tiempo cuando el ladrón fue capturado, y resultó ser la propia madre de Shamel! Shamel tenía un problema. Robar no podía ser tolerado, sin embargo, él amaba a su propia madre. El castigo se llevó a cabo, pero después de varios golpes de látigo, Shamel retiró a su madre del lugar de castigo y ordenó que los latigazos fueran colocados sobre su propia espalda. Él tomó el castigo en su propio cuerpo para que su madre pudiera salir libre. Eso es lo que Jesús hizo por nosotros. Fue nuestro pecado que requirió castigo, pero fue el amor de Dios que proveyó el incentivo que le causó a Él pagar la pena en Su propio cuerpo.
2. La Naturaleza de La Expiación de Sangre
El Nuevo Testamento repetidamente dice que fue la sangre de Jesús que hizo una expiación perfecta por el pecado del hombre. Jesús dijo: “Esto es mi sangre del nuevo pacto, que es derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mateo 26:28). Pablo dijo: “estando ya justificados en su sangre, seremos salvos de la ira a través de él” (Romanos 5:9). Pedro dijo “no fuisteis rescatados con cosas corruptibles como plata y oro . . . sino con la sangre preciosa de Cristo” (1 Pedro 1:18, 19). Juan dijo: “Dios es luz . . . y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:5, 7). El último libro de la Biblia dice: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (Apocalipsis 1:5). Las Escrituras enseñan una y otra vez que la sangre de Jesucristo ha hecho expiación por los pecados, y que en su muerte, el castigo por nuestros pecados ha sido pagado.
La expiación por la sangre se describe en las Escrituras por el uso de una serie de frases y figuras retóricas:
Una de las palabras es la propiciación. La palabra “propiciar” significa “convertir la ira.” La ira de Dios pesa sobre nosotros a causa de nuestros pecados. No es que Dios se atormente en torno a los cielos como un hombre que ha perdido los estribos, pero Él tiene una actitud fija del descontento con el pecado. El pecado ofende a Dios, y Dios está disgustado, pero Jesús murió para “propiciar” (para “alejar”) el desagrado de Dios. Romanos 3:25 dice que Dios expuso a Jesús en propiciación por nuestros pecados mediante la fe en Su sangre.
Otra descripción de las Escrituras es que la sangre de Jesús nos limpia de pecado. El pecado deja una mancha carmesí sobre nuestras vidas. Martin Lutero una vez creyó ver a Satanás venir hacia él con un enorme libro bajo el brazo. “Este libro”, dijo Satanás, “contiene el registro de los pecados en su vida.” Lutero respondió: “Detente. Aquí hay otro libro. Este dice que la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado.” El hecho es que cada mentira que hayamos dicho, y cada iniquidad que hayamos hecho, puede ser limpiado por la sangre de Cristo.
Además, también Jesús murió como Sustituto por nosotros. La palabra “Sustituto” significa que Él murió en nuestro lugar. Él llevó nuestro castigo. Él se paró donde nosotros deberíamos haber parado. Él sufrió por los pecados, “el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 Pedro 3:18). Sustitución significa que algo le pasó a Jesús y porque le ocurrió a Él, no tiene por qué suceder a nosotros. ¿Te acuerdas de que la Cruz que Jesús llevó realmente pertenecía a un criminal llamado Barrabás? Seguramente Barrabás temía el día de su ejecución, pero cuando las autoridades llegaron a su celda, vinieron con una buena noticia. Ellos dijeron, “Barrabás, eres un hombre afortunado. Jesús de Nazaret va a morir en tu lugar. Tenemos órdenes para liberarte a ti.” ¡Y el criminal Barrabás fue puesto en libertad! ¡Fue absuelto de los cargos en su contra! ¡Se salvó de la muerte que merecía morir! Barrabás se fue como un hombre libre, no porque él era inocente, sino porque Otro tomó su lugar. Y así es como se puede ser con nosotros.
3. Los Resultados de La Expiación de Sangre
La expiación está disponible para cualquiera, pero sólo tendrá efecto para los que creen. Si creemos con fe genuina que la sangre de Cristo satisface el castigo de Dios por el pecado, hay varios resultados:
(a) Nuestra redención está pagada. La palabra “redimir” significa “Comprar de nuevo”. El pecador es descrito en la Biblia como un esclavo bajo el pecado (Romanos 7:1-4). Él no tiene poder para liberarse a menos que alguien se apiade de él y llegue al mercado de esclavos y le compre a su amo y lo libere. Cristo es Él que hace esto mismo por nosotros. La Biblia dice que hemos sido comprados por precio (1 Corintios 6:20). Felipe Bliss captó la esencia de este pensamiento cuando escribió: “Canta, oh canta de mi Redentor, con su sangre Él me compró; en la cruz Él selló mi perdón, pagó la deuda y me hizo libre”.
(b) Nuestra justificación está asegurada. En el libro de Romanos leemos que somos “justificados por su sangre” (Romanos 5:9). La justificación es una palabra hermosa. Es más que el perdón. Un hombre puede robar a su vecino, y si es agarrado, su vecino puede perdonarle, pero el hombre que robó sigue siendo culpable del crimen. Uno que está justificado (a modo de contraste) no sólo es perdonado, sino también es absuelto (declarado “sin culpa“). Uno que viene a los pies de la Cruz y acepta a Jesucristo y cumple las condiciones de la salvación es contado como si nunca hubiera pecado. A él se le declara sin culpa. Él es justificado. Sus pecados son cancelados.
(c) Nuestra victoria es hecha posible. Apocalipsis 12:11 dice: “Y ellos le han vencido por la sangre del Cordero.” La sangre de Cristo tiene poder para hacernos victoriosos más y más sobre el pecado. Hay muchas vidas malditas y derrotadas. Apenas una hora pasa en el que Satanás no trae sobre nosotros un ataque fresco, ya que todavía estamos en el cuerpo físico, a veces nos lleva al pecado. Pero el poder de la Cruz es nuestra mejor defensa contra el mal. Debemos aprender a pensar a menudo sobre el Calvario y recordar la sangre que Jesús derramó. Cuando estamos pensando en la Cruz, y en el precio pagado por nuestra salvación y en el solitario Hijo de Dios (y Sus manos y pies manchados de sangre) — ¡En esos momentos el pecado no tiene poder sobre nosotros! Charles Wesley dijo en uno de sus himnos: “O por tener un corazón para amar a mi Dios, un corazón del pecado puesto en libertad, un corazón que siempre siente la sangre derramada libremente para mí.” Cada uno de nosotros debe orar a menudo, “Oh Dios, dame un corazón que siempre siente la sangre”.
Este ha sido el núcleo del maravilloso plan de salvación de Dios. ¿Qué puede lavar mis pecados? Solo de Jesús la Sangre. Nada más que la sangre de Jesús puede garantizar la salvación y la seguridad de su alma. Y por lo que instamos hoy que (si nunca lo ha hecho) diga con el autor de himnos: “Tal como soy, sin otra apelación, sino que Tu sangre fue derramada por mí . . . ” Independientemente del número de manchas que su vida pasada haya visto, el momento en que retorna a Jesucristo en arrepentimiento sincero y en fe, Él borrará toda mancha, perdonará toda iniquidad, y le tratará como si fuera una persona inocente. Le imploramos a orar: “Señor Jesús, sé que soy un pecador, y yo merezco tu ira. Creo que moriste para pagar mis pecados. Te recibo hoy como mi Salvador”.
Para aceptar a Cristo como su Salvador (y tener sus pecados perdonados) no significa que usted puede hacer lo que quiera y vivir continuamente en el pecado; y luego estar en pie ante Dios en el Día del Juicio y exigir una participación en el premio eterno. La obediencia a los mandamientos de la Palabra de Dios va a ser un fruto de la fe verdadera. De hecho, cualquier fe profesada en Cristo, que no dice nada acerca de la obediencia a Dios no es fe, sino mera presunción. Aceptar a Cristo como Salvador significa que le seguimos como Maestro.