Uno de los versículos de la Biblia que más absorbe la atención dice así: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.” (Lucas 19.10) Todas las personas que hayan llegado a la edad de responsabilidad, y no han rendido su voluntad a la voluntad de Jesucristo, están perdidas. Y la palabra “perdido” es una palabra que da escalofríos a cualquier que lo haya experimentado. Nuestras emociones se afligen y comunidades enteras se mueven cuando un niñito se desvía de la casa y se pierde en el bosque. Es una experiencia aterrorizante estar perdido. Jesús, hablando de los perdidos dijo: “No es la voluntad de vuestro Padre que se pierda uno de estos pequeños”.
Es la voluntad de Dios que cada ser humano sea salvo—y las Buenas Nuevas anunciadas en la Biblia es el hecho que Dios ha proveído una manera por la cual podemos ser salvos. Queremos ver el plan de la salvación.
1. La Necesidad de la Salvación
La misma palabra “salvación” implica que el ser humano está perdido, y necesita ser rescatado. Según la Biblia, el hombre llega a este mundo con una naturaleza innata para descarriarse. Cada uno de nosotros hemos practicado y hemos hecho algo pecaminoso y malo. Y estas prácticas pecaminosas son más que solo acciones observables. Son el afloramiento de la naturaleza pecaminosa en cada uno de nosotros. Las personas no llegan a ser malas; nacen malas. El mismo impulso de mentir y engañar o hacer trampas y robar y odiar y pensar cosas impuras, mora profundamente en el corazón de cada ser humano. Podría ser, que podamos, a través de un entrenamiento cuidadoso, esconder por fuera muchas de estas tendencias impías, pero debajo de nuestro vestuario nítido y nuestra reputación de ser personas de buen moral, existe una tendencia innata para hacer lo malo.
La Biblia nos es sincera; nos habla la verdad acerca de nuestra condición. No es solamente nuestra conducta por fuera que está mal, pero muy profundamente dentro de nosotros, el corazón es engañoso más que todas las cosas y perverso. La Biblia dice, “El intento del corazón del hombre es malo desde su juventud.” (Génesis 8.21). David confiesa, “He aquí, en maldad he sido formado” (Salmo 51.5). Usted y yo hemos heredado algo que tiene más de 6,000 años. Pudiéramos haber tenido antecedentes muy distintos, pero hay una cosa que tenemos en común—somos miembros de la familia humana, y así nuestra naturaleza está manchada por el pecado. Las Escrituras declaran, “No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.” (Romanos 3.11-12). Algunos han pecado más de lo normal; algunos han pecado menos de lo normal; pero todos han pecado—entonces cada uno de nosotros somos culpables ante Dios, y cada uno necesitamos ser salvado.
La Biblia asimismo declara que cada acto de pecado es una transgresión contra la santidad de Dios, y que la santidad de Dios exige una sanción por el pecado. Si Dios nos dejaría escapar por el pecado, y pasar por alto nuestras transgresiones, Él ya no sería un Dios justo y santo. La justicia de Dios exige que seamos castigados por nuestro pecado, y la pena por el pecado se anuncia en estas palabras: “La paga del pecado es la muerte.” Y la muerte no es dejar de existir, sino una separación de la presencia de Dios. Esto indica que a menos que se haga algo en cuanto del pecado, no puede haber esperanza de la vida eterna con Dios, porque el pecado nos separa de Dios.
2. La Base de la Salvación
La noticia gloriosa del Evangelio es que Dios ha hecho algo en cuanto del pecado. Juan 3.16 lo explica simplemente: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda (no pague la paga del pecado), mas tenga vida eterna.” Las buenas nuevas que el Evangelio de Jesucristo indica, es el hecho que nosotros los pecadores no tenemos que morir, porque Jesucristo murió por nosotros. Juan el Bautista dijo, “He aquí, el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” (Juan 1.29) La pena del pecado estaba contra nosotros porque hemos pecado, pero Jesucristo vino para llevarla.
En todas partes de las Escrituras desde el principio hasta el final, la salvación siempre se dice ser basada en la muerte del Señor Jesucristo. Marcos 10.45 registra las palabras de Jesús: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate (paga) por muchos.” Romanos 5.10 dice, “fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo.” El profeta Isaías miraba a través los siglos y declaró de Jesucristo, “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él”. Pablo dice de Jesucristo (Efesios 1.7) “en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia.” Las Escrituras enseñan muy claramente que la muerte de Jesucristo ha hecho satisfacción por los pecados, y que en su muerte, la pena de nuestros pecados ha sido pagada completamente. Cuando Jesús sufrió en la cruz, él estaba sufriendo como un sustituto para usted y para mí. El Apóstol Pedro dice de Jesucristo (I Pedro 2.24) “quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero”. Jesús fue el justo que sufrió por nosotros los injustos, para que él pudiera llevarnos hacia Dios. Cristo murió por nosotros—eso es, Él murió en nuestro lugar.
3. La Apropiación de la Salvación
La muerte de Jesús es suficiente para salvar a todo ser humano. La Biblia dice que Él ha llegado a ser la propiciación (uno que aparta la ira) para los pecados del mundo entero, pero la salvación solo llegará a tener efecto para los que le aceptan y creen en Él. El sacrificio de Jesús en el Calvario es absolutamente inválido y sin sentido para los que le rechazan. Tiene que haber una reacción de parte de cada individuo.
La pregunta fue hecha de parte del carcelero filipino. Él les dijo a Pablo y Silas, “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” Y ellos contestaron, “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo.” La palabra “creer” abarca la idea de confiar y aceptar y recibir (véase San Juan 1.12) El creer verdadero que salva no es solamente un conocimiento de ciertos hechos o datos acerca de Jesús, sino es creer esos hechos tan sinceramente que estoy dispuesto a tomar acción con respecto a ellos. Hace más de cinco décadas que conocí la señorita que más después llegó a ser mi esposa. Comencé a construir una larga serie de creencias acerca de ella. Yo creía que ella era una buena señorita cristiana. Yo creía que los gustos de ella y los míos concordaban. Yo creía que ella fuera una buena esposa. Pero solo creer todo eso acerca de ella no hizo ninguna diferencia en nuestra relación—hasta aquel día inolvidable cuando nos paramos uno al lado del otro, y dije mientras intercambiamos los votos de matrimonio, “Te tomo a ti como mi esposa.” Aquel acto determinado estableció una relación que transformó la vida. Yo actué según lo que creía, y a partir de ese momento, ella llevó mi nombre, y fue mi esposa. Y de la misma manera, usted puede creer muchas cosas acerca de Jesucristo, pero hasta que diga, “Señor Jesús, te acepto como mi Salvador”, su vida no será cambiada, y no será salvo. Hay algo que usted tiene que hacer.
Cuando Pedro predicó el Evangelio el Día de Pentecostés, muchos creyeron la Palabra que él predicó, y clamaron, “¿Qué haremos?” ¿Cuál es la respuesta requerida de parte nuestra? Y Pedro respondió (Hechos 2.38) “Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros.” Jesús dice que la entrada al reino es solamente para los que se arrepientan y creen en el evangelio. (Marcos 1.15) Pablo dice, “Dios manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hechos 17.30) El arrepentimiento involucra el intelecto o sea la mente. Tiene que haber un conocimiento del pecado. Tenemos que reconocer que hemos transgredido o infringido la ley de Dios. El arrepentimiento también involucra las emociones. Tiene que haber un dolor genuino, un odio, una tristeza y pesar por el pecado. El arrepentimiento involucra también la voluntad. Tiene que haber una determinación de renunciar el pecado y dejarlo. Y si el pecador haya defraudado a otra persona en el pasado, él intentará hacer restitución por lo malo que hizo. Después de que Zaqueo (el hombre de estatura pequeña) se encontró con Jesús, se arrepintió, y dijo: “He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado.” Él simplemente quiso decir que él iba a hacer el intento de corregir los pecados desagradables que había cometido como un recolector deshonesto de impuestos. Dios exige el arrepentimiento completo.
El camino de la salvación es claro. El plan es muy sencillo: Todos hemos pecado, y por eso cado uno estamos condenados delante de Dios, y cada uno necesitamos la salvación. Jesucristo se ha muerto, y su muerte fue únicamente para el propósito de pagar la pena que había contra nosotros. Se requiere una respuesta de parte nuestra. Se espera de cada individuo que ejerza la fe en Jesucristo como el que lleva el pecado, volver de su vida de pecado, y recibir el bautismo con agua. Si usted ha ignorado a Jesús, ¿por qué no deja el camino ancho que le dirige a la destrucción, y cree en Jesucristo? Él perdonará cada pecado. Él le pondrá a cuentas con Dios. Él sofocará el egoísmo y otros pecados profanos en su vida. Él le hará una nueva criatura, con nuevos deseos y nuevos ambiciones. “Todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre.” (Hechos 10.43)