El arrepentimiento es volver la espalda al pecado. Es dejar el amor del pecado. Es dejar a un lado nuestros afectos para todas las cosas que sabemos que no son correctas en nuestras vidas.
La palabra “arrepentimiento” se usa muchas veces en la Biblia. Los profetas del Antiguo Testamento llamaron a las personas a arrepentirse. Ezequiel 14.5-6 dice, “La casa de Israel…se han apartado de mí todos ellos por sus ídolos…Convertíos y volveos de vuestros ídolos, y apartad vuestros rostro de todas vuestras abominaciones.” Juan el Bautista clamó, “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 3.2). Jesús dijo, “Antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13.3). Pedro predicó el Evangelio y dijo, “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2.38). Cuando el Apóstol Pablo predicó a las personas confundidas en Atenas, él dijo, “Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hechos 17.30).
Necesitamos arrepentirnos hoy. Sin el arrepentimiento no podemos estar bien con Dios. Multitudes de hombres y mujeres están viviendo en pecado y siguiendo los caminos del mundo. Muchos están buscando las cosas que satisfacen aquí en la tierra. Otros están olvidándose de que un día tendrán que darse cuenta a Dios. Hay una necesidad definitiva del arrepentimiento y de volverse a Dios decididamente.
Hay dos palabras griegas que traducidas significan “arrepentimiento”. Una de ellas no significa mucho más que remordimiento. Leemos que Judas “se arrepintió”, pero no había un cambio verdadero de mente y corazón. La otra palabra griega significa “un cambio total de la actitud de alguien”. Ésta es la palabra que Jesús usó cuando hablaba del arrepentimiento, y es la palabra utilizada por Pablo y Juan. El arrepentimiento es pena piadosa. Es un cambio de actitud hacia Dios y hacia el pecado. Es apartarse del pecado y volver a Dios. Es un “giro” completo.
Una de las parábolas que contó Jesús dice que un hombre tenía dos hijos. El padre se acercó al primer hijo y le dijo, “Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña.” Su hijo dijo, “No quiero,” pero después, arrepentido, fue (Mateo 21.28-29). Él se acercó al segundo hijo y le dijo de la misma manera, y el hijo respondió, “Sí, señor, voy,” pero nunca fue. Luego Jesús preguntó, “¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre?” Ellos respondieron, “el primer hijo.” La razón por la cual es más correcto decir que el primer hijo hizo la voluntad de su padre es porque él hizo lo que su padre le había pedido hacer. Eso es arrepentimiento. Cuando una persona se arrepiente de sus pecados, él deja aquel pecado y toma el lado de Dios contra aquello.
La Biblia dice que el arrepentimiento tiene que ser “para con Dios” (Hechos 20.21). ¿Por qué? Porque nuestro pecado es contra Dios. Hablamos de hombres pecando contra sí mismo y contra otros, pero nuestro pecado es en primer lugar contra Dios. Por eso el pecado es tan terrible. David pecó terriblemente contra su propia persona. Él cometió adulterio con la esposa de Urías y luego envió a Urías a la parte más fuerte de la batalla para estar seguro de que él muriera. David luego tomó a Betsabé para su propia esposa y él pensó que sus pecados fueran escondidos. Sin embargo, el pecado de David fue descubierto. La Biblia dice, “Y sabed que vuestro pecado os alcanzará” (Números 32.23). Y Cuando David vio su pecado en la luz verdadera, él clamó a Dios y dijo, “Contra ti, contra ti solo he pecado” (Salmo 51.4). El pecado es un delito contra Dios.
Entonces, porque el pecado es un delito contra Dios, el arrepentimiento tiene que ser “hacia Dios”. Si mi arrepentimiento no es hacia Dios, no es un arrepentimiento verdadero. Un barco se encontró en gran tempestad en el mar. Algunos de los pasajeros estaban tomando; otros estaban jugando al naipe, otros estaban usando palabrotas y bailando. El capitán anunció, “Estamos en problemas; el barco tiene un agujero.” El hombre profano dejó de usar palabrotas, el jugador dejó sus cartas; el borracho dejó sus botellas; y el salón de baile llegó a ser un salón de oración. Aquellas personas se arrepintieron de una muerte repentina. Sin embargo, si el barco se hubiera hundido, y ellos hubieran muerto aun de rodillas, esto no significa que hubiera sido un arrepentimiento verdadero. Luego, el capitán llegó con estas palabras: “Todo está bien; es probable que vamos a llegar al puerto.” El hombre profano dijo una palabrota; el borracho se sirvió un trago; el jugador comenzó a revolver las cartas; y el salón que había sido usado para un culto de oración fue usado otra vez para bailar. Esto no era el arrepentimiento verdadero hacia Dios.
El arrepentimiento verdadero no es simplemente una preocupación por la reputación de uno. Un hombre que muchas veces se emborrachaba y frecuentemente había golpeado a su esposa e hijos fue llevado en una ocasión a la cárcel. Cuando él era sobrio dijo, “¿Qué dirán las personas de mí? Esto va a destruir mi reputación.” Ven, él estaba arrepentido, no porque él se había emborrachado y había tratado cruelmente a su esposa e hijos, sino porque se había descubierto en su pecado. El arrepentimiento verdadero es pena genuina por el hecho, no solo tristeza por haber sido descubierto.
Una persona podría ser convencida de pecado y nunca arrepentirse. Nadie realmente se arrepiente hasta que esté profundamente consciente de que él ha pecado contra Dios. Si las personas sigan felizmente en su camino y no hacen nada para hacer un cambio claro en su manera de vivir, no queda nada mas aparte de un castigo en un lugar de sufrimiento consciente y contínuo. Imagínese que usted está viajando en un carro en la carretera. Mientras usted se acera a un cruce, la luz del semáforo cambia a amarillo y luego a rojo—diciéndole que se pare. ¡Pero es otra cosa pararse! “La convicción” es el semáforo espiritual indicándole que deje de vivir en pecado. “El arrepentimiento” es hacer algo acerca de aquello.
Es pena piadosa que nos lleva al arrepentimiento. Este era el tipo de pena que Pedro experimentó después de que él había negado a Cristo. Él salió y lloró amargamente, arrepentido de su pecado. Éste era el tipo de pena que el publicano manifestó cuando él clamó, “Dios, sé propicio a mí, pecador” (Lucas 18.13).
La convicción es una parte del arrepentimiento; pena es parte del arrepentimiento; pero hay todavía una parte más en el arrepentimiento genuino. Uno que se arrepiente, vuelve de su pecado. Un hombre reconoce que él es un pecador; él siente pena y con la ayuda de Dios, él deja el pecado. Él deja su manera anterior de vivir. Durante la Guerra Revolucionaria, el General Washington y sus hombres llegaron al Río Brandywine. Después que habían cruzado las aguas, ellos discutieron si debían o no debían quemar el puente detrás ellos. Un oficial dijo, “¿Será que sería mejor dejar el puente allí para que podemos retirarnos si el enemigo nos hace retroceder?” El General Washington dijo, “No, quememos el puente; es victoria o es muerte.” El arrepentimiento es como eso. Es quemar el puente detrás de nosotros. Es dejar para siempre la vida vieja de pecado.
Pero algunos quizás dirán, “Yo no necesito arrepentirme porque yo no soy un borracho, ni un homicida, ni un extorsionista ni un fornicario.” Pero entonces, ¿qué de tener un poquito de resentimiento en su corazón hacia otra persona, o de no perdonar completamente, o de haber hecho un trato oscuro en negocio o decir algo malo de otra persona para sentirse elevado? C. M. Battersby, el escritor de un himno llamado “Una Oración de Noche” expresa muy bien el pensamiento:
Una Oración de Noche
Si haya herido a alguna alma hoy
Si haya causado que algún pie se desvíe
Si haya andado por mi propio camino y voluntad
Amado Señor, ¡Perdóname!
Si haya dicho alguna palabra vana o vacía,
Si haya esquivado el dolor o el sentir la falta de algo
Por no sufrir en la lucha
Amado Señor, ¡Perdóname!
Perdona los pecados que Te he confesado,
Perdona los pecados escondidos que ni yo puedo ver
Oh, guíame, ámame, y sé mi Guardián
En el nombre de Jesús, Amén.